Durante cinco años, Melbourne ha permanecido como la ciudad con mejor calidad de vida de todo el mundo. Se trata de una urbe sustentable y amigable con el medio ambiente, que hoy tiene el desafío de ser referente de cómo deberíamos pensar las ciudades para combatir los efectos del cambio climático.
“El australiano tiene mucha conciencia respecto a lo que come y respecto a lo que compra, y eso involucra una serie de cosas que lo lleva a gastar un poco más de dinero, para comprar productos orgánicos. Por eso, acá la industria ha crecido mucho”, explica Alexandra Torres, chilena residente en Melbourne. El domingo por la mañana es sinónimo de feria para Alexandra y, en ellas, dice haber encontrado una primera diferencia con respecto a Chile.
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“En el supermercado la gente opta por una leche orgánica. Incluso, el consumo de carne es menor, y si la consumen también es orgánica. Entonces, hay una conciencia colectiva que se mueve acá y que a todos nos invita a participar y a consumir productos orgánicos”, explica Torres.
Todo lo que se puede adquirir en una feria en Melbourne se encuentra bajo un sello orgánico. Cada producto es certificado por organizaciones gubernamentales que velan por que cada fruta o huevo, sea sustentable.
“Se necesita ir a la granja y chequear varias cosas: calidad del huevo, calidad de la soja. Deben estar a más kilómetros de autopistas, en una zona silenciosa y natural, los dueños deben ser certificados, y las gallinas también están a prueba porque su alimento también debe ser orgánico“, explica Stan Grazek, feriante de Organic Eggs Farm.
Melbourne ha sido llamada la ciudad de los “veinte minutos”. Ese es el tiempo máximo que se debe un ciudadano en llegar a cualquier servicio que necesiten. Por lo mismo, en cada esquina es posible subir a un tranvía que se desplaza con la electromovilidad.
De hecho, existen tranvías que ofrecen viajes gratuitos con la finalidad de reducir las emisiones de CO2 que tanto contribuyen al calentamiento global. ¿El resultado? Un millón de pasajeros deciden dejar el auto en sus casas al día. Si Chile planea convertirse en un país cero emisión de CO2 para 2050, Melbourne persigue esa meta para sólo unos meses más.
“Tenemos una política medioambiental considerable. Estamos buscando cómo reducir nuestras emisiones, cómo volvernos más limpios, más verdes, y cómo hacer eso asegurándonos de que nuestros ciudadanos tengan acceso a los servicios, y entregarlos de forma correcta”, comenta Kevin Anderson, Ministro por la Renovación y la Regulación en Australia.
“Australia tiene enormes similitudes con Chile. El Pacífico nos conecta, los climas nos conectan. Además, Australia tiene una economía con una similitud muy fuerte a la de Chile, con fuerte minería, fuerte agricultura, fuerte en servicios, fuerte en turismo”, dice Orlando Jiménez, Director Ejecutivo de CSIRO Chile.
Esas semejanza son la base para conocer y replicar el modelo de sustentabilidad en Chile. CSIRO se ha autoimpuesto ese desafío con el objetivo de poner sobre la mesa soluciones sociales para el país desde la ciencia.
“Somos una plataforma de transferencia de tecnología y de capacidades que tenemos en Australia, aplicadas a problemas chilenos, con organizaciones chilenas, en el contexto chileno”.
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Pero a pesar de las similitudes, las diferencias también son grandes. UNESCO establece que casi un 10% del Producto Interno Bruto en Australia es destinado a la ciencia. Mientras, Chile destina sólo un 0,5% para dicho fin. En Melbourne hay 50 metros cuadrados de áreas verdes por habitante, en Chile hay 4,5.
Todos son aspectos que sitúan a esta ciudad como modelo mundial de desarrollo sustentable y calidad de vida. Un ejemplo cercano, además, para nuestro país.
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