17Faltaban exactos tres minutos para que el módulo lunar de Apollo 11 se posara sobre la superficie lunar, Momento en que el computador a bordo, que procesaba la operación, simplemente colapsó.
Habían dos alternativas. Uno, abortar la misión. La otra, solicitar una nueva tarea al ordenador, lo que ponía en serio riesgo la cabina y, en consecuencia, la vida de sus tres tripulantes. Allí, una desconocida Margaret Hamilton, de 28 años, bajo perfil y muy lejos de los altos mandos en Houston, tuvo la solución.
Trabajo silencioso
Meses atrás y acompañada de su pequeña hija, debido a la falta de guarderías en el lugar, había escrito un software de emergencia para este tipo de caso.
Lo anterior, porque en una de las extensas jornadas de trabajo, su hija había tocado sin querer distintas piezas que provocaron una acumulación de tareas en el computador de la cápsula. Lo mismo que estaba ocurriendo en los momentos previos al llamado “primer paso” sobre la luna.
Sin que nadie lo pidiera, o más bien, hubiera pensado, la por entonces estudiante de doctorado desarrolló el software que priorizaba tareas al computador. Es decir, era un procesador, que permitía un funcionamiento óptimo y podía asegurar tareas.
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En medio de la tensión, le recordó esto a sus jefaturas, quienes decidieron activarlo. Tras ello, el computador liberó funciones, enfocándose en que el módulo lograra posarse con éxito sobre la luna. Eso permitió que la frase “un pequeño paso para el hombre, un gran salto para la humanidad” se transformara en una realidad.
Esa fue la contribución clave que proporcionó la joven científica. Una profesional que durante años se mantuvo bajo el anonimato y décadas después, decidió retirarse salir de la NASA, para desarrollar su propia empresa Hamiltonsoftwares.
Ruta hacia la Luna
Pero varios años antes de llegar a la Luna, dentro de todas las preguntas, una era fundamental: ¿Qué camino había que tomar para llegar a ella?
Esa, hasta ese momento surrealista tarea, se les encomendó a quienes fueron llamadas las “computadoras humanas”. Tres mujeres afroamericanas que, por sus extraordinarias capacidades para realizar cálculos matemáticos y físicos, se les encomendó aquella difícil misión.
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Se trataba de Katherine Johnson, Dorothy Vaughan y Mary Jackson. Tres profesionales que bajo ese escenario lograron definir el camino y ruta para poner al primer astronauta estadounidense en órbita: el ex militar, John Glenn en 1962.
Tras ese éxito, su nueva tarea era definir cada uno de los puntos que Apollo 11 debía recorrer en su camino hacia nuestro satélite natural. Este incluía dos órbitas terrestres, cuatro días de preciso trayecto espacial y finalmente una riesgosa órbita por la misma Luna. Las profesionales no fallaron en sus cálculos y la misión fue histórica.
Reconocimiento tardío
Sólo en 2015 y 2017, dos de las cuatro mujeres recibieron la medalla de la libertad de Estados Unidos. Fueron premiadas por el ex presidente Barack Obama y su historia recién vino a ser más conocida.
Incluso, en 2017, Hollywood adaptó la historia de las mujeres afroamericanas y realizó el film Hidden Figures. Y su nombre en español, Talentos Ocultos, en cierta medida hace justicia al que por años fue el silencioso trabajo de ellas, quienes permitieron llevar a la humanidad a la Luna.
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