Según un informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el 34,4% de la población chilena mayor de 15 años presenta altos índices de obesidad. Sin duda, uno de los mayores problemas que enfrentamos como población es, no solo la falta de información, si no las contradicciones de la misma. Una y otra vez a lo largo de los años, nos preguntamos qué comer. Científicos, médicos, nutricionistas e incluso experimentadores, lanzan teorías que producen más confusión.
Quizás la solución se aproxima, ya que según publicó El País, algunos prestigiosos investigadores están llegando a ciertos concensos respecto a dónde enfocar nuestar nutrición. Todo se basa en un trabajo publicado en la revista Prospective Urban Rural Epidemiology, en 2017, donde se preguntó a 135.335 personas de 18 países sobre sus hábitos alimenticios para agruparlos según la cantidad de carbohidratos, grasas y proteínas que consumían.
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Después de seguirlos durante siete años, observaron que los que consumian más grasa natural (el 35% de sus calorías diarias) tenían un 23% menos de probabilidades de morir en el periodo del estudio que los que solo obtenían de las grasas el 10% de sus calorías diarias. En contrapocisión, los que obtenían la mayor cantidad de energía de los hidratos (el 77% de las calorías diarias) tenían un 28% más de probabilidades de haber muerto que los que solo cubrian con ellos el 46% de las calorías diarias.
Las conclusiones sugerían que si se quiere vivir más, es probable que sea mejor incrementar el consumo de grasa y reducir el de hidratos de carbono.
Como pasa con muchos estudios sobre nutrición, interpretar los datos era complicado. Algunas de las críticas al trabajo sugerían que los resultados que asociaban la mortalidad con el elevado consumo de hidratos se puede deber a que en muchos de los países estudiados es la dieta que siguen los pobres y sería difícil saber si no son otros efectos de la pobreza además de los hidratos los responsables de su muerte prematura.
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Algunas resuestas
Pese a que las discrepancias continúan, los investigadores parecen estar de acuerdo en que lo importante, más que los porcentajes de grasas o hidratos que se consuman, es la calidad de estos nutrientes. Para la mayor parte de la gente, se podría combinar el consumo de hidratos como los cereales integrales o la fruta con las grasas sanas procedentes de frutos secos o paltas sin tener que preocuparse por los porcentajes de cada tipo de comida. Eso sí, habría que cuidarse de los hidratos procedentes de las harinas refinadas con las que se elabora el pan o algunos tipos de pasta o de las grasas saturadas de algunos tipos de carne y de las grasas trans, las más peligrosas, incluidas en algunos alimentos procesados.
Los autores también hablan de que determinados tipos de dieta pueden ser mejores para grupos con características particulares. Para las personas con diabetes tipo 2 y resistentes a la insulina, que tienen dificultades para utilizar los carbohidratos que consumen, una dieta con mayor porcentaje de grasas puede ser beneficiosa.
Además, autores de un estudio publicado por la revista Science, liderador por David Ludwig, del Boston Children’s Hospital (EE UU), reconocen la dificultad de resolver muchas controversias sobre nutrición por la complejidad del problema y porque no se le ha dedicado un esfuerzo suficiente. “Actualmente, EE UU invierte una fracción de un céntimo en investigación en nutrición por cada dolar que se gasta en el tratamiento de enfermedades crónicas relacionadas con la dieta”, afirma.
Los responsables del trabajo de Science concluyen que, además de averiguar con precisión qué dietas pueden funcionar mejor en cada caso, será necesario observar si es posible que un individuo siga a largo plazo una dieta prescrita si su entorno no lo facilita.
Son muchos los desafíos pero hay respuestas claras. Los nutrientes y la calidad de nuestros alimentos es lo fundamental. La comida procesada, alimentos refinados y demasiado industrializados son materia de alerta para la gran mayoría de los expertos. Las grasas naturales que encontramos en los frutos secos, la palta, las olivas o el aceite prensado en frío, parecen ayudar a nuestra salud, además de proveernos de la energía necesaria para nuestra vitalidad.
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