Es algo que todos hemos experimentado: escuchar una canción y sentir la necesidad de movernos al ritmo. Este impulso, conocido como “groove”, ha intrigado a científicos y músicos por igual. Recientemente, un equipo de investigadores en Francia ha comenzado a desentrañar los mecanismos detrás de esta reacción.
La investigación, liderada por el neurocientífico cognitivo Benjamin Morillon de la Universidad de Aix-Marsella, se centra en la “experiencia de groove”, que describe la necesidad casi automática de moverse al ritmo de ciertas canciones. Según Alejandro Amon, experto en sonido de Blik, este impulso está estrechamente relacionado con la sincopación, donde los acentos se colocan en momentos inesperados, rompiendo la regularidad del ritmo.
Los científicos realizaron experimentos con más de 60 participantes, exponiéndolos a 12 melodías diferentes con distintos niveles de sincopación. Las melodías, con ritmos de aproximadamente dos eventos por segundo, fueron evaluadas por los participantes según su deseo de bailar con cada una de ellas. Las melodías que más motivaban a los participantes a bailar tenían un nivel moderado de sincopación, lo que provocaba un deseo casi inevitable de moverse al ritmo de la música.
Para entender cómo el cerebro convierte la música en movimiento, Morillon y su equipo midieron la actividad cerebral de 29 personas utilizando magnetoencefalografía mientras escuchaban música. Descubrieron que la corteza auditiva sigue principalmente el ritmo de la melodía, mientras que la vía auditiva dorsal, que conecta la corteza auditiva con las áreas de movimiento, se sincroniza con el ritmo básico de la música.
Este conocimiento podría tener aplicaciones en la terapia musical, especialmente en el tratamiento de trastornos del movimiento como el Parkinson. Además, podría influir en la creación de experiencias musicales más atractivas en distintos contextos, desde la industria del entretenimiento hasta programas de ejercicio y bienestar.
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