Hace alrededor de 50 años, el mercado comenzó a privilegiar el máximo confort del cliente, dejando atrás las ventas a granel. De la mano de la publicidad, las empresas empezaron a promocionar sus productos ahora envueltos en envases atractivos, coloridos y novedosos. Así, el plástico terminó cautivando a los usuarios e inició su reinado.
Sin embargo, esos envases se estaban fabricando bajo una lógica errada: como si fueran a durar por siglos y se fueran a utilizar una y otra vez, pero en la práctica sólo se usan por algunos minutos y luego se desechan.
Hace pocos años, cuando la tierra ya estaba en problemas producto de la contaminación, los productores se dieron cuenta que había que usar los recursos exactos para darle la utilidad necesaria a un producto o a un empaque.
En paralelo, la ciudadanía comenzó a pensar de manera más sustentable, dándole mayor importancia al reciclaje y los puntos limpios, de modo que el plástico no se convirtiera simplemente en basura y tuviera una segunda vida.
A través de sus decisiones de compra, los ciudadanos incluso han exigido que el cuidado del ambiente sea parte de las misiones corporativas de las empresas, un desafío que fue recogido por Coca-Cola con diversas compañas de reciclaje.
“Prometemos de acá al 2030 a recolectar cada botella o lata que ponemos en el mercado y, al mismo tiempo, quitarle el plástico, reducción del plástico en nuestros envases. Eso es lo que se entiende como ecodiseño”, explicó Paola Calorio, directora de asuntos públicos de Coca-Cola Chile.
Así, la compañía no sólo tomó el desafío de poner en el mercado envases más sustentables, elaborados con menos plástico, que se puedan reutilizar en un 100%, sino que además se comprometió a promover el ecodiseño, un concepto que busca transformar los residuos en oportunidades e ideas innovadoras.
En Chile existen varias empresas dedicadas a darle una segunda vida a los envases, ya sean botellas, tapas, envolturas de golosinas y un sinfín de productos. Una de ellas es LUP, una pyme que transforma los plásticos en una fibra con la que luego se fabrican objetos de decoración.
“Tomamos la tradición artesanal como referencia y punto de partida para cuestionar el modelo de consumo actual”, explica Rafael Salas, uno de los creadores de la pequeña empresa.
Trabajando con artesanos de Chimbarongo, estos jóvenes buscan rescatar el valor de lo hecho a mano. De este modo, cuidan el medio ambiente y, al mismo tiempo, generan trabajo.
El llamado es que, así como ellos, otros emprendedores entiendan el desafío de encontrar las propiedades positivas del plástico y darle un nuevo (y buen) uso.
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