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La historia del buque rompehielos “Polarstern” parece de película. Y es que mientras todo el mundo se encuentra confinado por el COVID-19, el barco del Instituto de Investigación Polar y Marina Alfred Wegener vive su propia odisea en el Océano Ártico. Todo esto con una misión clara: realizar el, hasta ahora, más completo estudio sobre el Ártico y su influencia en el clima.
Según cuenta The Economist, el Polarstern zarpó de Noruega en septiembre del 2019 como la herramienta principal de la expedición multiorganizacional MOSAIC (Observatorio de la deriva Multidisciplinar para el Estudio del Clima Ártico, por sus siglas en inglés). Este trabajo, es el primero en la era moderna que planea investigar la zona durante un año completo, incluido el crudo y difícil invierno.
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Sus métodos son peculiares. Los datos del Ártico Central son muy vagos, debido principalmente a que es muy difícil que los barcos atraviesan el grueso hielo que se genera en invierno. Por eso, la misión sigue los pasos del primer expedicionista ártico, Fridtjof Nansen, en 1893. Es decir, la embarcación se anexó a un casquete polar y flota en una capa de hielo, dejándose movilizar a la deriva sólo por los efectos de la corriente de deriva transpolar. Así, el viaje se realiza a unos 7 km/h.
Pandemia en el Polo Norte
No obstante -y como si fuera una constante del 2020-, los planes no salieron fiel a la idea original. Al ser una labor de un año completo, se pretendía que la investigación fuera realizada por turnos de unos 300 científicos a bordo, con rotaciones cada dos meses.
Sin embargo, las restricciones fronterizas comenzaron a aparecer por el nuevo coronavirus. En abril un relevo no pudo dejar Noruega, por lo que tuvieron que zarpar desde Alemania. De esta forma, el gran rompehielo se tuvo que “desvincular” de su trozo de hielo para llegar a las costas de Svalbard y realizar el recambio. Recién pudo regresar a su bloque helado (que ya se había movido) a mediados de junio.
Y ojo, porque realizar el turno en el Polarstern, es tan duro como la distancia social en el resto de los continentes. Las comunicaciones son tan mínimas que impiden las llamadas telefónicas. Ni hablar de Zoom, sólo son posibles los mensajes y correos electrónicos sin imágenes.
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A pesar de todo, con pandemia incluida, los objetivos de la expedición no han cambiado. Por eso, continúan estudiando la estructura del hielo del Ártico y cómo esto cambia con las estaciones; mirando el aire sobre el hielo, el agua debajo, las criaturas que viven en esa agua, y hasta en el hielo mismo.
Claro, porque el Ártico funciona como “termómetro” del cambio climático, ya que el aumento y disminución del hielo muestra de una manera fácil de entender cómo están cambiando las cosas. No en vano, la extensión del hielo marino del Ártico en verano ha disminuido en un 30% en los últimos 30 años, una pérdida que se está acelerando.
Y, ¿qué han encontrado? La respuesta es muy variada. Por ejemplo, han dado con que las mediciones que se hacen con satélites sobre la extensión y grosor del hielo están subestimando los problemas.
Esta área ha estado a cargo de Julienne Stroeve, del University College of London. Sus mediciones muestran -según The Economist- que el hielo es “definitivamente más delgado de lo que sugerían los satélites” y que, tanto la profundidad de la nieve como la temperatura influyen en la retrodispersión. Además, dice que, si las temperaturas continúan aumentando, el hielo desaparecerá por completo en el verano.
El Dr. Jeff Bowman, del Instituto de Oceanografía Scripps, en San Diego, también está interesado en el comportamiento del hielo. En su caso, ese interés se dirige hacia sus efectos en la vida del Ártico. La pregunta principal que ha estado haciendo es si el ecosistema del Ártico en su conjunto es un productor neto o absorbente de dióxido de carbono.
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Él ha visto una “floración temprana”, un evento que podría tener diferentes consecuencias. Por ejemplo, si las algas florecen temprano, los pequeños animales que las comen pueden verse afectados. Menos de estos zooplancton significa, a su vez, menos para comer para seres más arriba en la cadena alimentaria, como peces, focas y osos polares.
Así, muchas más líneas de investigación interconectadas se tejen a bordo del Polarstern. Por eso, se dice que el barco podría estar teniendo la cuarentena más productiva del mundo.
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