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Investigadores advirtieron que si planeamos resolver la crisis climática, debemos comenzar a cambiar el enorme poder que tiene el consumismo sobre el medio ambiente.
Si bien muchas personas aspiran a tener mucho dinero, las naciones más ricas, y los individuos que viven en ellas, son quienes provocan la mayor cantidad de destrucción ambiental. Si seguimos en el camino de este desenfrenado crecimiento económico, muchas partes de nuestro planeta se volverán inhabitables.
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“Para protegernos de la desatada crisis climática, debemos reducir la inequidad y desafiar la noción de que los bienes, y quienes los poseen, son buenos o exitosos”, asegura la economista ecológica Julian Steinberger de la Universidad de Leeds, Inglaterra, quien estuvo involucrada en el estudio a ScienceAlert.
Esta nueva perspectiva fue construida por un equipo de ingenieros, físicos y economistas ambientales y se basó en conocimiento existente y recomendaciones de la comunidad científica.
Examinando la literatura actual sobre los hogares afluentes, los investigadores descubrieron que que la riqueza es el factor más determinante al momento de medir los impactos negativos en el ambiente. Indagando aún más profundo, también definieron que fuerzas yacen tras esta pesada huella de carbono.
Aunque la mayoría de los estudios aseguran que el mayor impacto en el medio ambiente se produjo por los impactos del avance tecnológico desmedido y el consumismo, estos generalmente aseguran que la solución está en el desarrollo de nuevos inventos sustentables. Sin embargo, en gran parte del mundo, las medidas tomadas no han sido suficientes, por lo que estos expertos decidieron indagar en qué cambios económicos se deberían realizar para mejorar la situación.
En resumen, incluso si aprendemos a almacenar la energía renovable, o a capturar el dióxido de carbono, la tecnología por sí sola no será capaz de salvarnos de la pérdida de biodiversidad o la contaminación. Después de todo, a lo largo de las últimas cuatro décadas, la riqueza del mundo creció mucho más rápido que cualquier campo de la ciencia.
“La literatura empírica ha demostrado el poder que tienen estas normas en el comportamiento de las personas, contribuyendo así desde las acciones individuales a la solución de problemas globales. Si estas normas no existiesen, los individuos no tendrían incentivos a contribuir a un problema cuando se conoce de antemano que los demás no contribuirán. El surgimiento de estas normas ha sido crucial en el desarrollo del comportamiento pro-ambiental que se puede observar en países desarrollados”, explicó Marcela Jaime, economista ambiental de la Universidad de Concepción.
La relación entre riqueza y destrucción del medio ambiente es evidente. Este estudio asegura que si no se cambia la actitud hacia el dinero y las formas de conseguirla, la situación del globo sólo empeorarán.
Mientras los sacrificios individuales de las personas más acomodadas son claramente necesarios, Tommy Wiedmann, investigador de la Universidad de Nueva Gales del Sur en Australia y principal autor del texto, asegura que todos los pequeños cambios palidecen frente a un necesario cambio estructural.
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Según los autores del texto, la idea de un “crecimiento sustentable” es una utopía que nunca se hará realidad ya que la riqueza siempre crecerá más rápido que la tecnología. “Tenemos una obsesión con el crecimiento económico. Realmente necesitamos comenzar a manejar nuestros recursos para proteger la naturaleza, incluso si esto significa un menor crecimiento o incluso uno negativo”, asegura Wiedmann.
Científicos y economistas alrededor del mundo han estado advirtiendo esta situación durante años; sin embargo poco se ha hecho para cambiar de base el funcionamiento de la economía, y los poderosos siguen ganando más dinero, mientras las personas menos acomodadas sufren la peor cara del calentamiento global.
Según el estudio publicado en Nature Communications, la mejores soluciones son las que buscan imponer impuestos más grandes en quienes tengan más dinero e invertir dicha suma en las personas más pobres y los ecosistemas más vulnerables.
Es por esto que las naciones alrededor del mundo deberían considerar implementar impuestos ecológicos, inversiones verdes, redistribución de la riqueza, ingresos máximos y mínimos, además de un presupuesto básico garantizado para que todas las personas puedan acceder equitativamente a las opciones de consumo menos dañinas para el medio ambiente.
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“Desde una perspectiva de política pública, es posible regular las tarifas de energía (especialmente para calefacción), de modo de promover la adopción de tecnologías más limpias por parte de los hogares más afluentes. Un enfoque similar podría aplicarse en el caso del agua, y del transporte, sectores donde a la fecha se siguen aplicando medidas que asumen que los hogares son homogéneos”, agrega la economista ambiental.
La especialista asegura que otro tipo de políticas podría incluir la educación ambiental, ya que a través de ella se puede promover las normas personales desde las etapas iniciales de la vida.
“Finalmente, es necesario promover la adopción de comportamientos pro-ambientales en la población, en donde la reducción del consumo de productos que contribuyen mayoritariamente a las emisiones se convierta en una ‘norma social’”, concluye Jaime.
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