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Investigadores de la Universidad McGill sugieren que algunas orcas islandesas poseen altas concentraciones de bifenilos policlorados (PCB), esta nueva investigación contradice estudios anteriores que señalaban haber encontrado niveles relativamente bajos en este animal.
Los PCB es un producto químico industrial que hace unas décadas se prohibió su uso, luego que se descubriera que afectaba tanto la salud de los seres humanos como de la vida silvestre. Esto porque luego de ser liberado al medio ambiente, su proceso de degradación es muy lento y se puede acumular en el cuerpo de los mamíferos marinos.
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El equipo recolectó biopsias de la piel y grasa de 50 orcas en Islandia, tras analizarlas detectaron una variación considerable entre las concentraciones y perfiles contaminantes en toda la población.
Las orcas que consumían una dieta mixta de mamíferos marinos, como focas o marsopas, poseían en su grasa concentraciones de PCB hasta 9 veces más altas que las ballenas, quienes comen principalmente pescado.
Los investigadores argumentan que para futuras evaluaciones se debe incorporar un factor que se había pasado por alto: que la variación en la fuente de alimento puede conducir a un riesgo elevado para la salud de exposición a PCB.
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“Las concentraciones de PCB que encontramos en las ballenas y orcas que consumieron una dieta mixta excedieron todos los umbrales de toxicidad conocidos y es probable que afecten tanto sus sistemas inmunológico como reproductivo, poniendo en riesgo su salud”, explicó Melissa McKinney, profesora asistente del Departamento de Ciencias de los Recursos Naturales de McGill y autora de la investigación.
La doctora Anaïs Remili, del Departamento de Ciencias de Recursos Naturales de McGill, explicó que el siguiente paso es evaluar la proporción de mamíferos marinos en la dieta de las orcas islandesas.
Asimismo, planean continuar la investigación mediante la recolección de datos de contaminantes en las orcas que viven a los largo del Océano Atlántico, de esa manera esperar “contribuir sus esfuerzos de conservación al cuantificar los posibles riesgos para la salud”.
La investigación fue publicada en la revista Environmental Science & Technology.
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