Ya antes de los incendios en la Amazonía, The Economist había llamado a Jair Bolsonaro el Jefe de Estado más peligroso para el medioambiente mundial, superando incluso a Donald Trump.
Ambos presidentes usan el negacionismo climático como un arma política, para favorecer a grupos de interés afines, como las industrias del carbón y el petróleo en Estados Unidos; y el poderoso lobby agrícola y ganadero en Brasil.
Las consecuencias no solo son terribles para todo el planeta; también para sus países, que quedan aislados de la comunidad internacional.
Eso está pasando a Estados Unidos, el país que siempre ha liderado los grandes cambios tecnológicos, pero que ahora se aferra a los combustibles del pasado mientras el resto del mundo diseña las energías limpias del futuro.
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