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¿Qué ingrediente necesitamos? Aguas cálidas en el océano, escaso viento en la parte más alta de la troposfera y aire húmedo.

El aire tibio es menos denso y tiende a subir. Su lugar lo toma aire más frío. Así se crea una zona de baja presión comenzando una acelerada carrera entre el aire cálido que sube y el frío que baja aumentando la velocidad de los vientos.

Hay zonas del planeta en que, debido a las altas temperaturas del mar, 26 grados Celsius como mínimo, la evaporación de esa agua tibia es muy abundante y actúa como combustible para estos motores naturales.

Esa evaporación alimenta la formación de las nubes más grandes y activas que existen, las cumulonimbus, nubosidad de desarrollo vertical que supera los 10 kilómetros de altura alcanzando el techo de la troposfera. Eso sumado a la escasez de viento en las alturas, que de haberlo cortaría este proceso, facilita la formación de tormentas.

Tormentas que en el hemisferio norte rotan en el sentido contrario a las agujas del reloj, hacia la izquierda, y que en el sur lo hacen hacia la derecha o en el sentido de las agujas del reloj.

Esta complementación de las condiciones oceánicas y atmosféricas dan nacimiento a una tormenta tropical que, dependiendo de su fortalecimiento, puede desembocar en un huracán. Los huracanes se califican de uno a cinco. Uno lo más débil, vientos superiores a 118 kilómetros por hora, y 5 lo más potente con vientos que superan los 250 kilómetros por hora.

Consecuencias: lluvias muy abundantes, vientos potentes y, tal vez lo más devastador, las marejadas ciclónicas. Los huracanes, tifones o ciclones, pierden fuerza al tocar tierra.

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