La vida en la Tierra es posible gracias a la energía que nos entrega el sol. Un 70% es absorbida y el resto rebota al espacio.
Esto es regulado gracias a los gases de efecto invernadero, o sea vapor de agua y dióxido de carbono (CO2). Sin embargo, el dióxido de carbono no se dispersa fácilmente y puede durar hasta 100 años en la atmósfera.
El calor absorbido por estas partículas se mantiene en el tiempo, aumenta la temperatura del planeta y altera todas las formas de vida.
Por 11.500 años, la concentración de CO2 en la atmósfera se mantuvo en alrededor de 280 partículas por millón. Desde la revolución industrial, este nivel ha crecido, duplicando su cantidad, llegando a las 410 el 2018.
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