La degradación de los suelos y la desertificación es también una de las crisis ambientales que están afectando la salud del planeta en nuestros días. Sin ir más lejos, en Chile observamos el avance de las condiciones desérticas con una tasa sin precedentes históricos, con un avance de entre 300-500 metros por año, de acuerdo con diversas estimaciones.
Este fenómeno se acentúa por las malas prácticas en el uso del suelo, la erosión de este, la sequía y también el cambio climático. De hecho, algunos especialistas indican que condiciones hiperáridas se han movido desde la región de Coquimbo hasta la región de Valparaíso y Metropolitana. Esto sin duda se agrava con las condiciones de sequía que tenemos desde hace más de una década, la expansión de las áreas urbanas, el sobrepastoreo, malas prácticas agrícolas, etc.
Sin duda, existen respuestas para mitigar y reducir el efecto de la sequía. Algunas de ellas se han tratado de implementar en nuestro país, como, por ejemplo, el programa de recuperación de suelos degradados del Ministerio de Agricultura, pero la magnitud del problema supera, por ahora, las capacidades de respuesta que el país ha desplegado para su combate.
Otro gran problema de degradación del suelo es su erosión, es decir, la pérdida de la capa superficial del suelo, que contiene la mayor parte de la fracción orgánica y nutritiva del suelo. En Chile se ha estimado que es uno de los principales problemas ambientales, forzado por características naturales, pero también por las malas prácticas en su uso.
En nuestra región, los últimos datos disponibles en el Centro de Información de Recursos Naturales indicaban que, en lo que correspondía a la antigua Región del Biobío (que incluía la actual región del Ñuble), casi el 50% de la superficie del suelo presentaba erosión severa y muy severa. No hay registros más recientes que el de 2010, lo que muestra que el problema no ha sido estudiado ni abordado como debiera ser.
La forestación apareció hace más de un siglo como una estrategia para el control de la erosión y, a pesar de las buenas intenciones, los pocos datos científicos disponibles no apoyan con mucha fuerza que efectivamente haya sido una estrategia exitosa en el control de la erosión.
Ahora que la región ha acordado impulsar la construcción en madera, puede ser el momento de diseñar una política de forestación más sostenible, variada y que permita encadenar procesos que puedan llevar a productos finales con mejores beneficios económicos, sociales y ambientales. En resumen, una forestación sostenible.
Si queremos hacer que el lema del Día Mundial del Medio Ambiente de este año tenga un impacto real en nuestra valoración de este recurso no renovable que es el suelo, debemos actuar. La recuperación de los suelos debiera entonces convertirse en otra de nuestras prioridades, por lo que debemos ser, como indica el lema de este año: “la #Generación Restauración”
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