Por Alejandra González

Más del 70% del planeta está compuesto por océanos, que no solo fueron el origen de la vida hace más de 4.000 millones de años, sino que continúan siendo fundamentales al actuar como reservorio de agua y regular la temperatura y el clima, estabilizando la biodiversidad. Estos océanos son responsables de la producción de oxígeno y la captura de CO₂, nitratos y fosfatos.

Entre sus beneficios se incluyen la provisión de alimentos y materias primas para diversas industrias, lo que genera empleo, ingresos y riqueza para muchos países. Además, ofrecen beneficios no materiales, como el apoyo a la ciencia básica y aplicada, la recreación, la inspiración y el bienestar psicológico. Por lo tanto, proteger y restaurar este capital natural es crucial para mitigar los efectos negativos de la sobreexplotación, la destrucción de hábitats, la fragmentación, la contaminación, la invasión de especies y el cambio climático a largo plazo.

Chile posee uno de los mayores territorios marinos-costeros, con 87.000 km de extensión que abarcan cinco regiones marinas y una zona económica exclusiva cuatro veces mayor que su territorio terrestre. Esto convierte a nuestro país en un territorio con una dependencia significativa de sus océanos y biodiversidad marina, tanto en el ámbito económico como social y cultural, suministrando alimentos y materias primas de baja huella hídrica al mundo. Sin embargo, esta vinculación también lo hace altamente vulnerable a problemas como la sobreexplotación, la destrucción de hábitats, la fragmentación, la contaminación, la invasión de especies y el cambio climático.

El Estado chileno ha implementado diversas estrategias de protección mediante Áreas Marinas Protegidas (AMP) y el manejo preferencial de zonas como las Áreas Marinas de Explotación de Recursos Bentónicos (AMERB) y los Espacios Costeros Marinos para Pueblos Originarios (ECMPO). Además, se han promovido incentivos para el repoblamiento de macroalgas, dada su importancia ecológica y socioeconómica en la mitigación y resiliencia ante el cambio climático. No obstante, la alta demanda internacional de estos recursos ha mostrado que las medidas actuales de protección y gestión son insuficientes.

En este contexto, la colaboración entre actores clave, académicos y tomadores de decisiones ha facilitado la implementación de proyectos como el repoblamiento de macroalgas quiméricas (Patente WO/2019/010588, González et al., 2020), una solución basada en la naturaleza para la mitigación y adaptación al cambio climático. Este enfoque ha demostrado resultados positivos en términos ambientales, económicos y sociales, y ha sido reconocido a nivel internacional con premios como el George Papenfuss 2021 (International Phycological Society) y la nominación al Earthshot 2022 de la Fundación Real del Duque y la Duquesa de Cambridge, entre otros.

El nuevo desafío, planteado y financiado por la Fundación David y Lucile Packard, busca transformar la actividad recolectora tradicional hacia un sistema de comunidades regenerativas costeras, las que podrán autogestionar el repoblamiento de macroalgas quiméricas in situ, formando líderes locales y capacitándolos a través de escuelas de intercambio internacional. Esto permitirá la transferencia de conocimientos y la generación de nuevas prácticas y saberes en la comunidad, fomentando la investigación, la docencia y la innovación.

Este piloto refuerza el compromiso con la innovación y la colaboración para promover comunidades regenerativas que protejan y mantengan los beneficios de los océanos para un planeta más verde y resiliente, legado que se transmitirá a futuras generaciones.

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