La Isla de Pascua, una joya del Pacífico a 3.700 km de Chile continental, enfrenta una severa crisis de contaminación plástica. Las playas de esta isla, conocida por sus icónicas estatuas de piedra, están saturadas con desechos plásticos traídos por la corriente del giro del Pacífico Sur.
Cada año, según un reportaje recientemente publicado por The Guardian que se basó en un estudio de la Universidad Católica del Norte, unas 4.4 millones de piezas de plástico, provenientes de lugares tan lejanos como las Islas Galápagos y Nueva Zelanda, arriban a sus costas todos los años. Esto se traduce aproximadamente en 500 piezas de plástico por hora.
El plástico no solo afea el paisaje, sino que también perjudica la fauna marina local. Fragmentos de redes, boyas y cajas de pescado, desechados por la pesca industrial, son hallados incrustados con vida marina, creando una peligrosa mezcla de coral y desechos plásticos. Además, el gobierno chileno ha establecido un centro de rehabilitación para aves y animales marinos heridos por redes fantasma en las aguas de Rapa Nui.
Las comunidades locales, como Hanga Roa, luchan contra esta invasión plástica con proyectos de reciclaje y limpieza. Sin embargo, la magnitud del problema requiere soluciones más amplias.
Durante la pandemia, los isleños eliminaron unas 11 toneladas de residuos, pero la basura sigue llegando. Se ha propuesto un incentivo para que los pescadores recojan plásticos durante sus faenas, pero el financiamiento aún es incierto.
En el ámbito internacional, la negociación de un tratado global sobre plásticos enfrenta desafíos. Aunque se buscan limitar la producción plástica, países como China e India se oponen a estas restricciones, favoreciendo la continuidad de la producción.
La situación crítica de la Isla de Pascua ilustra el impacto devastador de la contaminación plástica, que no solo destruye el entorno natural, sino que también amenaza la seguridad alimentaria y la biodiversidad en una de las regiones más remotas del mundo.
Deja tu comentario