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Parece improbable, pero es real. Hay un continente que permanece ajeno a la pandemia del coronavirus. Es la Antártica. Actualmente, no registra ningún caso oficial de SARS-CoV-2, por eso para muchos es el lugar más seguro de la Tierra.
El territorio austral se divide en cerca de 80 bases de múltiples naciones, las que, durante el verano, pueden llegar a albergar a cerca de 5 mil personas. Terminada la temporada, las condiciones climáticas impiden prácticamente todo viaje desde o hacia la Antártica, dejando aislada a la población por unos seis o siete meses.
Desde el comienzo de la crisis sanitaria global, los operadores antárticos tomaron duras medidas para impedir una visita indeseada. Así, se terminaron anticipadamente expediciones, se cerraron centros científicos y se impidió estrictamente el desembarco de turistas.
Si en este momento el contador sigue marcando cero casos confirmados, es probable que el patógeno ya no haya ingresado al territorio. La tranquilidad se podría extender por todo el periodo de invernada, ya que el contacto con el exterior será nulo.
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A pesar de esto, algunos investigadores se han puesto a pensar: “¿Qué pasaría si el virus de alguna forma aparece? ¿Estaría preparado el continente?”
Dos de ellos son el biólogo evolutivo Elie Poulin y la microbióloga Léa Cabrol, del Instituto de Ecología y Biodiversidad (IEB). Ambos plasmaron sus inquietudes en el informe “COVID-19 en la Antártica: un continente hasta ahora libre de virus, pero vulnerable”. Ahí, aseguran que sus características transforman al territorio en un sitio frágil y, además, uno de los peores lugares del mundo para contraer la enfermedad.
El Doctor Poulin, quien ha estado en múltiples ocasiones en el continente y que forma parte del Comité Nacional de Investigaciones Antárticas de la Cancillería nos comenta que “el hecho que no haya casos declarados es una excelente señal. Hay que pensar que el personal que pasa el invierno allá se le exige una excelente condición física, lo que reduce las posibilidades de desarrollar casos severos de COVID-19”, dice con optimismo el francés, antes de explicar las posibles fragilidades australes ante la pandemia.
El encierro
La vida en la Antártica transcurre en condiciones extremas y en poblaciones aisladas geográficamente unas de otras. Las bases consisten en habitaciones pequeñas con espacios compartidos, como el baño, comedor, sala de estar u oficinas.
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El día transcurre en comunidad y en espacios reducidos, donde la interacción no favorece el necesario aislamiento social. Si bien es difícil que el virus llegue a lugares remotos, una vez ahí, la propagación sería rapidísima. Veríamos un número de reproducción básico -es decir, cuántas personas podría contagiar un individuo con SARS-CoV-2- muy elevado.
“En una base antártica, todo el mundo tiene que pasar por los mismos espacios. Es similar a lo que se ha visto en el caso de las cárceles o los cruceros. Recientemente, hubo un caso de un portaaviones en Francia, donde muchas personas se contagiaron en cosa de semanas. Eso se explica porque todos comparten los espacios comunes”, plantea Poulin.
Factores ambientales
En el documento de los doctores Cabrol y Poulin, se enumera además como factores de vulnerabilidad las condiciones climáticas. De lo poco que se sabe del comportamiento del virus, existe evidencia que, al igual que otros patógenos que causan afecciones respiratorias, el SARS-CoV-2 aumentaría su tasa de transmisión mientras la temperatura y la humedad ambiente son bajas.
“Si bien dentro de las bases hace más bien calor, siempre hay espacios de bodegas u otras donde la temperatura es baja. Podrían ser lugares donde el virus sobreviva más tiempo en superficies”, asegura el académico de la U. Chile.
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A esto se suma la existencia de estudios que plantean la posibilidad que los grupos que quedan aislados en estos ambientes polares podrían padecer de una disminución de sus defensas inmunitarias, por la poca circulación de patógenos.
¿Qué hago si necesito tratamientos intensivos?
La respuesta sanitaria es una de las mayores preocupaciones que muestra el Dr. Elie Poulin. De partida, sería sumamente complicado realizar test de PCR, por la falta de material especializado.
“Todas las bases están previstas para emergencias y casos graves. Pero obviamente, se piensa siempre en una o dos personas. Claramente no se está preparado para ninguna epidemia que podría afectar, por ejemplo, la mitad del personal”, señala.
Las limitaciones médicas se combinan con la dificultad de evacuación sanitaria durante el invierno. Existen estaciones que, por su ubicación, podrían trasladar personal vía aérea hacía Chile o Argentina. Sin embargo, algo así implica una logística compleja y, sobre todo, condiciones meteorológicas favorables, que, como sabemos, al sur del mundo siempre escasean.
Tiempos de crisis
“Si el coronavirus llegara, la infección del personal sería masiva. Los factores sociales se combinarían con la dificultad de evacuación. Podría ser catastrófico. Para algunos ingleses, la Antártica es uno de los peores lugares del mundo para enfermarse si estás encerrado en el invierno”, opina el biólogo evolutivo.
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La COMNAP, asociación internacional de coordinación y planificación de las actividades de cada país, ha entregado algunas directrices que se van constantemente actualizando para hacer frente al complejo escenario. Otro aspecto clave para las bases antárticas, será la salida del confinamiento y el relevo de los equipos que permanecieron aislados durante el invierno. Cuando llegue nuevamente el verano, el virus probablemente siga ahí, y los esfuerzos se deberán redoblar.
Por lo mismo, muchas de las actividades comunes de un año antártico -como la llegada de nuevas expediciones científicas, las visitas académicas o simplemente el turismo- se encuentran en “evaluación” para el futuro. Todo para que el continente blanco, siga siendo una zona “libre de coronavirus” el tiempo que sea necesario.
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