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En medio de la confusión y el caos de una pandemia global, ha surgido un pequeño pero significativo grupo de personas que se niegan a usar mascarillas a pesar de la evidencia ya establecida de su eficacia.
Si su énfasis en la libertad personal, su tergiversación de la ciencia y la pasión que tienen por defender su posición les resulta familiar, es probable que sea porque las tácticas han sido utilizadas durante años por otro grupo: los antivacunas.
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Pensar que los antimáscaras o los antivacunas son un “tipo” de personas sería un error. Ambos son tan diversos como el propio Estados Unidos. Vienen de diferentes orígenes raciales y socioeconómicos y llegan a sus creencias a partir de una amplia gama de circunstancias y experiencias personales. Sin embargo, el antimáscaras y el antivacunas comparten similitudes importantes.
Primero está el énfasis en la elección personal, la libertad y los derechos. “Mi hijo, mi elección“, en el caso del antivacunas, y “Tengo derechos. No puedes obligarme a usar una mascarilla“, en el caso del antimáscaras. Ambos se han afianzado en el contexto de un momento cultural que pone énfasis en el individuo por encima de la comunidad, en el interés propio por encima del bien común.
No es casualidad, entonces, que las súplicas de usar una máscara para mostrar respeto y proteger a los demás o vacunarse para conseguir lo que habitualmente se conoce como inmunidad colectiva hayan caído en oídos sordos.
Ambos movimientos también han tergiversado la ciencia, han puesto en duda el conocimiento científico y, a veces, incluso han atacado a expertos en salud en un esfuerzo por desacreditarlos. Los antivacunas continúan afirmando que las vacunas causan autismo, a pesar de la abrumadora evidencia de lo contrario, y la antimáscaras han afirmado que usar una mascarilla hace que los niveles de dióxido de carbono del usuario aumenten a niveles peligrosos (no lo hacen).
Los antivacunas y los antimáscaras han usado este tipo de ciencia errónea para asustar, intimidar y reclutar, y en sus esfuerzos por reunir a más personas en torno a la causa, ambos han declarado un enemigo público número uno. Para los antimáscaras parece ser el Dr. Anthony Fauci, el principal experto en enfermedades infecciosas de la nación, y para los antivacunas es el Dr. Paul Offit, pediatra y coinventor de la exitosa vacuna contra el rotavirus.
Esta unión en torno a una causa ha sido innegablemente efectiva para ambos grupos y la identidad que ha resultado de las tácticas es tan fuerte que parece completamente resistente a nuevas evidencias o argumentos. Pero su éxito no debe ser atribuido solo a sus tácticas.
Tanto el antimáscaras como el antivacunas han recibido un impulso de personas influyentes dispuestas a llevar su mensaje, incluido el presidente de Estados Unidos.
Trump ha tuiteado al respecto de sus propias dudas sobre la seguridad de las vacunas a lo largo de los años, incluido un tuit de 2014 que decía “Un niño pequeño saludable va al médico, se le inyectan muchas vacunas, no se siente bien y cambia: autismo. ¡Muchos de estos casos!“.
El presidente también se ha mostrado reacio a usar una mascarilla en público y a implementar un mandato de uso de máscaras a nivel nacional, afirmando que quiere que las personas “tengan cierta libertad“. Pasaron meses entre que los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) recomendaron por primera vez el uso de coberturas faciales para el público en general y se vio al presidente usando una, y fue durante esos valiosos meses que se produjo la confusión y la desinformación.
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Tanto el antivacunas como el antimáscaras son, sin duda, casos de estudio interesantes sobre el comportamiento humano. Pero estos comportamientos que han promovido, junto con la información errónea y la desconfianza que han sembrado, son peligrosos, especialmente en un momento en que el COVID-19 continúa causando miles de muertes todos los días y el país enfrenta una batalla cuesta arriba para convencer a los estadounidenses de darse una vacuna contra el virus, si es que hay una disponible pronto.
En un momento en que las elecciones individuales impactan en comunidades enteras como nunca antes, el país necesita desesperadamente precisión, transparencia, liderazgo informado en hechos y un movimiento prociencia que sea, como mínimo, tan efectivo como los movimientos que busca contrarrestar.
Nota del editor: la Dra. Edith Bracho-Sanchez es pediatra de atención primaria, directora de telemedicina pediátrica y profesora asistente de Pediatría en el Centro Médico Irving de la Universidad de Columbia.
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