(CNN) – Imagina que te despiertas una mañana después de recuperarte del COVID-19 y descubres que tu café huele a calcetines sucios, tus huevos apestan a heces y tu jugo de naranja tiene un sabor metálico. Curiosamente, se trata de una buena noticia: todavía funciona el sentido del olfato, aunque está mal conectado en tu cerebro.
También podría suceder que tu capacidad del olfato desaparezca por completo; una condición llamada anosmia. Sin previo aviso, dejas de sentir el dulce aroma de la piel de tu bebé, de las rosas que te obsequió tu pareja, o el fuerte olor de tu ropa después del gimnasio.
El gusto y el olfato están entrelazados, por lo que la comida puede sentirse blanda o sin sabor. El apetito y el disfrute de la vida pueden caer en picada, lo que según estudios realizados anteriormente, puede conducir a déficits nutricionales, deterioro cognitivo y depresión.
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También podrías estar más vulnerable ante el peligro. Sin olfato es posible que no reconozcas los signos de un incendio, las fugas de gas natural, los productos químicos venenosos o los alimentos y bebidas en mal estado.
Esa es la realidad de alrededor del 5 % de los sobrevivientes del COVID-19 en el mundo; personas que han desarrollado problemas con el gusto y el olfato a largo plazo, según un estudio de 2022. Más de dos años después de la pandemia, los investigadores descubrieron que aproximadamente unos 15 millones de personas aún lidian con problemas para percibir los olores, mientras que 12 millones tienen dificultades con el gusto.
Grupos de apoyo y defensa de estas personas como AbScent y Fifth Sense se han movilizado para ayudarlos, ofreciendo esperanzas, consejos para entrenar el olfato e incluso recetas para estimular el apetito.
El entrenamiento olfativo consiste en que las personas huelan aceites esenciales dos veces al día, explicó la rinóloga Zara Patel, profesora de otorrinolaringología, cirugía de cabeza y cuello de la Facultad de Medicina de la Universidad de Stanford.
“Les explico a los pacientes que, si tuvieran un derrame cerebral y su brazo no funcionara, irían a fisioterapia, harían rehabilitación”, dijo Patel. “Eso es exactamente lo que el entrenamiento olfativo hace a su sentido del olfato”.
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Mientras la ciencia va descubriendo más cosas sobre cómo el COVID-19 ataca e interrumpe el olfato, “creo que podremos hacer intervenciones más específicas”, afirmó el rinólogo Justin Turner, profesor asociado de otorrinolaringología, cirugía de cabeza y cuello del Centro Médico de la Universidad de Vanderbilt, en Nashville.
Cualquiera que todavía tenga problemas con el olfato y el gusto “debe pensar positivamente y asumir que lo recuperarán”, dijo Turner. “Y sí, hay algunas personas que no se recuperarán, y queremos que esas personas no lo ignoren. Queremos que se lo tomen en serio”.
Los casos estallaron por el COVID-19
Durante siglos hubo personas que perdieron el sentido del olfato y del gusto. Los virus que provocan los resfriados comunes y la gripe, los pólipos nasales, los trastornos de la tiroides, las alergias graves, las infecciones paranasales y las afecciones neurológicas como la enfermedad de Alzheimer, la enfermedad de Parkinson y la esclerosis múltiple pueden afectar la capacidad de oler y de sentir, a veces de forma permanente.
Lo mismo ocurre con los traumatismos craneales, la exposición a sustancias químicas nocivas, los tratamientos contra el cáncer, el tabaquismo, la enfermedad de las encías, los antibióticos y diversos medicamentos para la presión arterial, el colesterol, el reflujo y las alergias, según la Clínica Cleveland.
El envejecimiento es una de las principales causas de la pérdida del olfato, ya que la capacidad de regeneración de las neuronas olfatorias disminuye con la edad. Un estudio realizado en 1984 descubrió que más del 50 % de las personas entre las edades de 65 y 80 años sufrían un “importante deterioro del olfato”. El número subía a más del 75 % para las personas mayores de 80 años.
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Cuando el virus que causa el COVID-19 llegó a nuestras vidas, una condición que era relativamente rara entre las personas menores de 50 años se expandió exponencialmente, afectando a todas las edades.
“El COVID-19 afectó a las personas más jóvenes mucho más que otras formas de pérdida del olfato posviral”, dijo el cirujano Eric Holbrook, profesor asociado de otorrinolaringología y cirugía de cabeza y cuello en la Facultad de Medicina de Harvard. “No se veía mucha pérdida de olfato en la población pediátrica, por ejemplo, y ahora es muy común”.
De hecho, la pérdida del olfato fue tan frecuente al comienzo de la pandemia que se lo consideró como una señal temprana de la infección por COVID-19 incluso en ausencia de otros síntomas.
Eso no es cierto hoy. Un estudio publicado en mayo descubrió que el 17 % de las personas perdieron el sentido del olfato cuando se infectaron con la variante ómicron, que se convirtió en la variante predominante del virus que causa el COVID-19 a fines de 2021. (Esto podría cambiar nuevamente si el virus muta).
En comparación, las personas enfermas por las dos variantes originales, alfa y beta, tenían un 50 % más de probabilidades de perder el sentido del olfato o del gusto. Delta fue casi igual de mala: el 44% de las personas se vieron afectadas, según el estudio.
Las estadísticas muestran que la mayoría de las personas recuperan el sentido del gusto y el olfato. Un análisis de agosto entre 267 personas que perdieron el olfato y el gusto hace al menos dos años encontró que la mayoría recuperó total (38,2 %) o parcialmente (54,3 %) su capacidad para oler y saborear. Eso fue especialmente cierto para las personas menores de 40 años, según el estudio.
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Pero el 7,5 % no había recuperado el sentido del olfato y el gusto dos años después de que se eliminara la infección por COVID-19. Los que tenían menos probabilidades de recuperarse incluían personas con congestión nasal existente, más mujeres que hombres, y aquellos que tenían una mayor gravedad inicial de pérdida del olfato, encontró el estudio.
Cómo se produce el daño
¿Cómo daña el COVID-19 el sistema olfativo? Al principio, los científicos creían que infectaba las neuronas de la nariz responsables de transmitir los olores del ambiente al cerebro. Esas neuronas se ubican en los bulbos olfativos en la parte superior de cada fosa nasal y envían axones, o cables, a puntos sensoriales únicos en el cerebro.
Pero los estudios descubrieron que el virus no ingresa a esas neuronas en absoluto. En cambio, ataca las células sustentaculares, también conocidas como células de apoyo, que brindan nutrición y protección a las células nerviosas desde el nacimiento. A diferencia de muchas otras células, las neuronas de la nariz renacen cada dos o tres meses.
“La infección de (COVID-19) de esas células de apoyo probablemente tenga algún tipo de efecto a largo plazo sobre la capacidad de esas neuronas para regenerarse con el tiempo“, dijo Turner.
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“Esa es una de las razones por las que a veces vemos un efecto tardío: las personas pueden tener algo de pérdida del olfato que se recupera, luego tienen una segunda ola de pérdida del olfato, parosmia u otros síntomas porque esa capacidad regenerativa no funciona correctamente”, dijo.
Parosmia es el término médico para los olores distorsionados, que a menudo pueden ser bastante repugnantes, dijo Patel.
“Desafortunadamente, existen estas categorías clásicas de olores y sabores realmente terribles”, dijo. “A veces son a heces, basura o calcetines viejos y sucios. Puede haber una especie de olor y sabor químico, dulce y enfermizo. Ah, y la carne podrida es otra categoría común”.
Para muchas personas, la parosmia tiende a ocurrir o reaparecer a los tres meses, aproximadamente el momento en que las neuronas olfativas se regenerarían naturalmente, dijeron los expertos a CNN.
“Si la reconexión no da en el blanco y golpea un punto diferente en el cerebro reservado para un olor diferente, su percepción del olfato se arruinará por completo”, dijo Holbrook.
“Tienes que confiar en la capacidad de esos axones para retraerse y luego encontrar el camino hacia el lugar correcto”, agregó. “O si no son correctos, esperar a que esas neuronas mueran y hacer que vuelvan otras nuevas y encuentren el lugar correcto”.
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También puede haber un componente genético. Un estudio de enero pasado descubrió una mutación en dos genes superpuestos, UGT2A1 y UGT2A2, que desempeñan un papel en la metabolización de los olores. Las personas con esa mutación pueden ser más susceptibles a perder el sentido del olfato, pero aún se necesitan más estudios para determinar si hay una asociación del virus con los genes.
Las personas mayores y que tienen enfermedades crónicas que afectan el sistema nervioso, como la diabetes, suelen ser más susceptibles al daño olfativo, dijo Patel.
“Son los vasos muy pequeños del cuerpo, incluida la nariz, los que se ven afectados por la diabetes, lo que altera el flujo de sangre, nutrientes y oxígeno a estos nervios olfativos”, dijo. “Las personas con sinusitis crónica o inflamación de alergias en la nariz: cualquier cosa que dificulte que nuestro sistema se recupere probablemente también estará en mayor riesgo”.
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