Un papá muy preocupado se acerca, luego de una sesión grupo para padres, y me expresa la vergüenza que siente por no poder aceptar a su hijo transgénero, por más esfuerzos que hiciera. Apesadumbrado, creo yo, me dice que siente que muchas veces sus pensamientos y sentimientos sobre tener un hijo trans no son escuchados con la profundidad que él cree debiera ser. Ha participado desde hace cuatro meses en un grupo que trabaja con padres y madres de adolescentes trans; habla poco y siente que cuando lo hace hay siempre alguien que le reprocha, que le plantea que debe dejar de lado sus convicciones y que tiene que cambiar, que “los hijos son un regalo” y que más allá de cómo se llamen o vistan, siguen siendo hijos e hijas.
Él concuerda activamente con esa idea, pero al mismo tiempo, siente que ese argumento le queda “corto”. No sabe qué hacer con la frustración, la tristeza, y el desamparo, pero —fundamentalmente— la rabia que siente por no haberse dado cuenta antes. Dice que cree que tal vez podría haber hecho algo distinto y no haber dejado que pasara tanto tiempo en total ignorancia del dolor de su hijo. Reconoce que le cuesta aceptar “todo y de una vez y para siempre” y que necesita tiempo, sobre todo para integrar lo del tratamiento hormonal, comprender eso de “expresión de género no binaria”, lo de la sexualidad y otras cuestiones como recuerdos y expectativas que él tiene y que piensa debe borrarse de su mente a la luz de la aceptación de su hijo trans.
En el norte global, desde los años 80 hasta principios de los 90, el foco de la terapia familiar con la comunidad LGB estuvo centrado en cuestiones relativas a los efectos de la salida del clóset y el VIH-SIDA, con poca o casi nula consideración de las necesidades específicas de las personas con asuntos relacionados con la identidad de género, ni menos pensar en que esto pudiera acontecer en población adolescente. A fines de los 90, aparecen investigaciones que muestran las disparidades en términos de salud de estas poblaciones y se comienza a abordar en el trabajo con familias, sobre todo en el caso de adolescentes y/o niños y niñas trans y género no conforme.
La importancia que la familia tiene en el proceso de aceptar o rechazar comenzó a quedar de manifiesto en múltiples investigaciones que concluyeron que sumar a los padres en el trabajo terapéutico era esencial, a lo menos en el manejo de los indicadores de salud mental de sus hijos e hijas. Sumado a ellos, hermanos, tíos, tías, abuelos y abuelas, comienzan a tener un rol relevante a la hora de dar soporte a los y las adolescentes trans, sobre todo cuando se trata de la aceptación o el rechazo de sus identidades.
Actualmente, sabemos que las familias reaccionan de manera distinta a la salida del clóset de alguno de sus hijos o hijas trans. Esto nos hace pensar en cómo los y las terapeutas familiares proponemos espacios de contención a toda la familia y damos cabida a todas las emociones que padres y madres muchas veces mantienen en secreto para no dañar a sus hijos o hijas. También a lo que niegan activamente y los convierte en familiares aceptadores “ansiosos” o rechazantes “crónicos”.
Como sostiene Jean Malpas, terapeuta familiar que ha compartido su experiencia en Chile y Argentina, la necesidad de crear espacios terapéuticos paralelos con los padres y las madres es un recurso terapéutico en sí mismo. Crear y sostener este espacio significa dar voz a aquellos que inicialmente sienten vergüenza y que requieren mayor tiempo para acercarse de manera menos ansiosa y/o molesta al acompañamiento de su hijo o hija.
El papá que comentaba en un inicio, a pesar de sentirse invalidado en el grupo, luego de nuestra conversación, tomó un poco de perspectiva y decidió dejar la posición inactiva en la que se encontraba, disintiendo y mostrando su mirada y sentir al resto del grupo. Esto le ayudó a embarcarse, a su ritmo, en el proceso de aceptación de su hijo.
Quienes abogamos por la aceptación de las personas trans y género no conforme, muchas veces olvidamos las dificultades que enfrentan padres y madres amorosas y genuinamente cariñosas a la hora de aceptar el proceso de cambio de sus hijos e hijas. Más allá del apoyo terapéutico —muchas veces necesario—, como entorno, es importante que todos y todas ofrezcamos un ambiente aceptador en el amplio sentido de la palabra, que dé lugar y espacio para que estos procesos ocurran de buena manera. Educación sexual integral, psicoeducación y que garantice las prestaciones necesarias para la afirmación de género trans, son fundamentales para este propósito.
Deja tu comentario