En los últimos años, Chile ha experimentado una creciente y alarmante epidemia que va más allá de las aulas: la violencia escolar dirigida hacia los profesores. Un reciente incidente en la comuna de San Ramón ejemplifica esta problemática, cuando un alumno agredió a su propio profesor después de recibir la noticia de que tendría que repetir el año, dejándolo gravemente herido y hospitalizado.
Además, no debemos pasar por alto otro caso ocurrido en mayo de este año, que se hizo viral en las redes sociales. En ese incidente, alumnas del Liceo Haydée Azócar Mansilla confrontaron a un compañero por su comportamiento, expresando frases como “¡Oye, no le pegues al profe!”, “¿Qué te pasa?… ridículo”, y “Eso no se hace”, durante la pelea.
Estas agresiones son solo la punta del iceberg de un problema sistémico que va más allá de actos individuales. Según datos de la Superintendencia de Educación, en lo que va de año las denuncias por maltrato de estudiantes hacia profesores aumentaron un 57,7%, siendo los más afectados los propios docentes, los asistentes de la educación y los directivos. Al mismo tiempo, los ataques del personal del establecimiento a apoderados se incrementaron en un 62,5%.
Por otro lado, el Colegio de Profesores, a través de la encuesta “Docentes ante las violencias en la escuela”, reveló en 2022 que casi el 90% de los pedagogos ha recibido insultos, mientras que un 26% declaró haber sido víctima de amenazas. Aún más preocupante es que 114 profesoras sostuvieron haber sido víctimas de violencia sexual.
Pero esta epidemia silenciosa va más allá de las cifras y se refleja claramente en los rostros cansados y desesperados de los educadores. Los profesores son la piedra angular del sistema educativo, son agentes de cambio que guían y moldean a las generaciones futuras. Sin embargo, la creciente violencia no solo afecta su bienestar, sino que también tiene consecuencias directas en la calidad de la educación. Un docente temeroso no puede proporcionar un ambiente de aprendizaje efectivo.
Combatir la violencia escolar exige una estrategia integral. Por lo tanto, resulta imperativo que el gobierno, las instituciones educativas y la sociedad actúen con determinación. Esto implica una inversión significativa en recursos para las escuelas, programas de apoyo emocional para los estudiantes y la promoción de una cultura de respeto en el entorno educativo. Es por eso primordial avanzar en el proyecto de educación emocional que se encuentra en la Cámara baja, ya hace unos años.
Reconocer el papel crucial de los profesores como guías y mentores, no solo transmisores de conocimiento, es esencial. Proporcionar herramientas y capacitación para gestionar conflictos en el aula puede ser el primer paso hacia un ambiente más seguro.
La violencia escolar no es solo responsabilidad de las escuelas, sino de toda la sociedad. Padres, alumnos y profesores deben unirse para crear un entorno educativo seguro. La conciencia y la empatía son herramientas clave para cambiar la narrativa y romper con la normalización de la violencia en estos espacios.
No podemos permitir que la educación se vea socavada por la falta de seguridad y respeto en las aulas. Juntos, podemos y debemos alzar la voz contra la violencia escolar y trabajar hacia un mañana donde los educadores sean valorados, respetados y protegidos en la noble tarea de guiar a las generaciones venideras.
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