(CNN) – Cuando su hijo subió los empinados escalones de piedra y atravesó la puerta de la casa que compartía con su madre y su padre, Gina Buckhalter se mostró cautelosa. No era ningún secreto que Gerod usaba drogas de manera excesiva y había sido adicto a los opioides durante más de la mitad de sus 33 años.
Gina estaba acostumbrada a las sorpresas, pero este día trajo una grande. “Me dijo: ‘Me propusieron operarme del cerebro por la adicción'”, recuerda. “Y literalmente quise desmayarme en el suelo”.
“Ellos” eran un equipo de investigación del Instituto de Neurociencia Rockefeller, con sede en la Universidad de Virginia Occidental, a unos 16 kilómetros de distancia, al otro lado de la frontera estatal de la casa de Buckhalter en Dilliner, Pennsylvania. Buckhalter ya era paciente del instituto, donde lo trataba el Dr. James Mahoney, especialista en abuso de sustancias.
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A lo largo de los años, Buckhalter había intentado una y otra vez estar sobrio, pero lo más que había logrado fueron tres meses seguidos. La mayoría de las veces solo duró limpio unos días.
Sus problemas empezaron muy joven. Buckhalter creció en Dilliner, era un niño nervioso y ansioso que a la vez era una estrella del basquetbol y del fútbol, con ofertas de becas de la primera división en el 10° grado. El periódico local lo apodó “Sr. Todo”.
En el último año de Buckhalter, ese sueño se esfumó. Una lesión en el hombro a los 15 años hizo que le recetaran analgésicos opiáceos. Sus médicos le recetaron las pastillas durante seis semanas. Después, Buckhalter las consiguió por su cuenta.
A los 20 años, Buckhalter consumía heroína y las drogas eran lo único en lo que pensaba. Cuando Mahoney le propuso operarse, Buckhalter estaba al límite de sus fuerzas.
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“Inmediatamente, dije: ‘Sí, hagámoslo’. Inmediatamente. Porque así de desesperado estaba”, dijo Buckhalter al Dr. Sanjay Gupta, corresponsal médico de CNN.
Al poco tiempo, Buckhalter se convirtió en el primer paciente de un estudio de investigación de cuatro personas para probar la seguridad y la viabilidad de la estimulación cerebral profunda, o ECP, como tratamiento de la adicción. El estudio está financiado por una subvención de US$ 750.000 del Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas.
A primera hora de la mañana del 1 de noviembre de 2019, el doctor Ali Rezai, neurocirujano y director del Rockefeller, perforó un agujero en el cráneo de Buckhalter. Insertó una sonda eléctrica, un fino trozo de cable de apenas un milímetro de ancho. Luego, con la sonda colocada, comenzó el verdadero trabajo.
Mientras Buckhalter yacía sedado pero despierto, Rezai le mostró una serie de imágenes en un monitor: montones de drogas y otras imágenes destinadas a inducir las ansias y la ansiedad que habían perseguido a Buckhatler durante 17 años. Basándose en las respuestas de Buckhalter, Rezai ajustó la sonda, un poco hacia la izquierda, ahora un poco más arriba, para asegurarse de que estaba en la posición correcta. El equipo esperaba que la señal eléctrica restableciera la función saludable de las zonas cerebrales dañadas y liberara a Buckhalter del ansia incesante que lo mantenía prisionero.
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Que es la ECP
La estimulación cerebral profunda (ECP) se utiliza ampliamente para tratar la enfermedad de Parkinson y está aprobada por la Administración de Alimentos y Medicamentos de EE.UU. (FDA, por sus siglas en inglés) para tratar una serie de otros padecimientos, como la epilepsia grave y el trastorno obsesivo-compulsivo.
Pero el trastorno por abuso de sustancias presenta un conjunto más complejo de retos emocionales y conductuales. La Dra. Nora Volkow, directora del Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas, afirma que la estimulación cerebral profunda se probó por primera vez en un grupo pequeño de consumidores de drogas en China, pero se sabía poco sobre los resultados a largo plazo.
Para Buckhalter y Rezai, la apuesta valía la pena. “Hay personas que mueren, 100.000 al año”, dice Rezai. “Estas personas corrían el riesgo de morir por otra sobredosis. Y para esos casos graves en fase terminal, la ECP se convierte en una opción”.
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Dilliner y Morgantown se encuentran en el corazón de la zona del carbón, una región que se ha visto especialmente afectada por la crisis de las sobredosis. Las tasas de mortalidad por sobredosis en Virginia Occidental han sido más del doble de la tasa nacional durante al menos seis años, y la brecha está creciendo. Entre junio de 2020 y junio de 2021, las muertes por sobredosis anuales se dispararon casi un 32% en Virginia Occidental, en comparación con un aumento del 21% en Estados Unidos en general. Los últimos datos provisionales de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de EE. UU. (CDC, por sus siglas en inglés) muestran que las tasas de mortalidad por sobredosis son ahora aproximadamente tres veces más altas en Virginia Occidental que la tasa nacional.
En Estados Unidos, más de 100.000 personas murieron por sobredosis de drogas entre junio de 2020 y junio de 2021, según los CDC. Los opioides sintéticos, como el fentanilo, estuvieron involucrados en casi dos tercios de esas muertes.
El asesoramiento y los medicamentos contra la adicción ayudan a muchas personas, pero Rezai afirma que algunas necesitan ayuda adicional para romper el ciclo de la farmacodependencia.
Según explica, el cerebro de un consumidor de drogas cambia físicamente con el tiempo. Uno de los cambios se produce en el núcleo accumbens, que ayuda a regular la función de un neurotransmisor llamado dopamina, vital para lo que se conoce como el sistema de recompensa del cerebro. Este es el circuito cerebral que nos lleva a comer, a enamorarnos o a realizar una tarea gratificante, es decir, cualquier cosa que requiera un mínimo de motivación. Motivación, recompensa, satisfacción. Para algunas personas, eso incluye el consumo de drogas.
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“La primera vez que se consumen drogas, se produce un subidón de dopamina“, explica Rezai. “Pero cuanto más droga tomas, cada vez hay menos [dopamina]”. En los individuos susceptibles, el resultado es un ansia intensa y un comportamiento obsesivo. “El núcleo [accumbens] se vuelve hiperactivo, para buscar la dopamina”.
Rezar espera que al colocar la sonda eléctrica en el núcleo accumbens, se restablezca el funcionamiento normal. La sonda también estimula una segunda región del cerebro, el córtex frontal, que es vital para el pensamiento de orden superior y la toma de decisiones, y que, según Rezai, también está dañado por el consumo excesivo de drogas.
Otros estudios, más allá de la ECP
La estimulación cerebral profunda es solo uno de los enfoques para revertir estos cambios. Otros sujetos de investigación están recibiendo estimulación magnética transcraneal, en la que se suministra corriente a través de un dispositivo colocado en el exterior de la cabeza. La técnica está aprobada por la FDA desde 2008 para tratar la depresión clínica mayor y desde 2018 para el trastorno obsesivo-compulsivo. Un puñado de estudios piloto encontró que podría reducir la ansiedad por consumir alcohol, nicotina, opiáceos o cocaína, según Mahoney, el médico de Buckhalter.
Otro enfoque experimental son los ultrasonidos focalizados. Utilizando ondas de energía de alta o baja frecuencia, la técnica puede llegar a estructuras cerebrales mucho más profundas que las accesibles mediante la estimulación magnética transcraneal. Es como la estimulación cerebral profunda, pero sin el riesgo de la cirugía. Su uso como tratamiento de la adicción, sin embargo, es todavía teórico.
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En el estudio de estimulación cerebral profunda, una vez implantada la sonda, los sujetos, incluido Buckhalter, pueden permitir que los investigadores registren su actividad cerebral en tiempo real. “Es una transmisión en directo”, dijo Rezai. “Con la biorretroalimentación, estamos empezando a modelar estos biomarcadores digitales para la adicción, el ansia y la ansiedad”.
Aunque los modelos están en pañales, el objetivo es encontrar indicadores que puedan advertir a médicos y pacientes de la proximidad de una recaída. A continuación, los médicos pueden ajustar a distancia la fuerza y la colocación de la corriente eléctrica de la sonda para obtener un mejor efecto.
A Buckhalter le ha funcionado. El hombre que nunca pasó de los tres meses de sobriedad lleva ahora dos años y medio sin consumir drogas. La estimulación cerebral profunda es parte de su logro, pero también toma un medicamento llamado suboxona, acude a terapia y tiene un trabajo fijo en una residencia de sobriedad, un apoyo que, según él, ha sido fundamental: “Cuando se trata de mantenerse sobrio, es tan importante como la cirugía“.
De las otras tres personas del estudio, una tuvo un éxito muy parecido al de Buckhalter, pero otra recayó y le quitaron la sonda. Para el paciente más reciente, es demasiado pronto para saberlo. Rezai afirma que se está preparando un estudio más amplio, con más de una docena de personas.
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En medio de la avalancha de muertes por sobredosis, un estudio con solo cuatro personas podría parecer una gota en el océano. Una intervención quirúrgica de US$ 50.000 no es sustituto para una familia solidaria ni garantiza que la gente tenga comida y un lugar seguro donde dormir. Y no empieza a abordar la cuestión de si las sobredosis mortales podrían frenarse cambiando las leyes sobre drogas que empujan a los consumidores al mercado negro de fentanilo.
Pero Volkow, del Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas, sostiene que la investigación médica básica puede seguir desempeñando un papel importante: “Independientemente de que esto llegue a la clínica de forma significativa, puede traducirse en métodos menos costosos y menos invasivos”, dijo. “La neuromodulación es muy prometedora”.
También dice que no se trata de elegir uno u otro. Los procedimientos quirúrgicos “no son la panacea para la crisis de las sobredosis, pero estudios como [la ECP] nos ayudan a entender lo que impulsa el consumo de drogas e inspiran el desarrollo de nuevos tratamientos para la adicción”.
Para Rex Buckhalter, el padre de Gerod, “se siente bien despertarse y no tener que preocuparse por él“.
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